Cada vez que se habla del
rugby se piensa: ¿amateurismo o profesionalismo? En Argentina esta
discusión persiste desde hace por lo menos 10 años, cuando los
allegados a la disciplina comenzaron a ver cómo a ciertos jugadores
se le daban beneficios que a otros no. Profesionalismo Para Todos.
Hace más de 150 años
que este deporte se instalaba en nuestro país. Y siempre se
caracterizó por reunir una cantidad de valores morales y una
dedicación que lo hace excepcional en relación a otras prácticas
populares. Estuvo históricamente inmerso en un espíritu ligado al
amateurismo, al amor a la camiseta, al compañerismo y otros valores
que se presentan en cada partido.
Quienes practican el
rugby coinciden en defender esa esencia. Hugo Porta es una de las
voces que se alza en disconformidad con el traspaso a la
profesionalidad. Considera que si esto ocurre, los clubes se verían
a ponerse en gastos que no podrían solventar, y terminarían
desapareciendo o dejando de realizar la práctica. Porta es el
representante argentino ante la IRB, y sus declaraciones siempre
apuntan a relacionar al profesionalismo con el dinero y derechos
comerciales.
La contradicción en sus
dichos se centra es que hoy en Argentina existe una semi
profesionalización que es muy cuestionada en los pasillos de los
clubes. La URBA (Unión de Rubgy de Buenos Aires) considera
“profesionales” a aquellos jugadores que integran un Seleccionado
Nacional, ya que éstos perciben retribución económica por
participar de los diferentes torneos, además de sus sueldos en
equipos del Viejo Continente, donde el rugby es remunerado. Por este
motivo, dicha institución dictaminó que los jugadores que integren
un seleccionado no participen del torneo.
Esta división es muy
contraproducente, ya que se debería buscar una solución al
amateurismo y no ser terminante con aquellos beneficiados con becas
de estudio y económicas, además de seguros de salud y viáticos. Lo
cierto es que pese a eso, son considerados por la UAR como amateurs.
Como pasa con todos los
deportes, cuando toman cierta popularidad a partir de un logro
internacional, estas discusiones recrudecen fuerte en la sociedad y
los interesados toman partido por una u otra postura. Agustín
Ezcurra, actual jugador de CUBA, expresó hace pocos meses lo
siguiente: “Es muy difícil que el rugby sea profesional, porque
que no hay plata para mantener planteles muy grandes. Los deportes
que son rentados, salvo el fútbol, son de pocos hombres, como el
vóley y el básquet. A pesar de esto creo que se tiene que empezar a
pensar un poco en el profesionalismo y meterle cabeza para que
convivan las dos estructuras, porque si no nos vamos a quedar afuera
de la élite del rugby.”
Y si se repasan las
declaraciones de los jugadores de la URBA, la mayoría son indecisos
en su postura o prefieren la opción de que sólo Los Pumas sean
considerados profesionales. Pero el amateurismo hace que no todos
puedan practicar el deporte en primera instancia. Sólo aquellos que
puedan costear sus estudios o sus gastos personales además de sus
traslados al club y las exigencias de éstos.
Las transmisiones
televisivas y la aparición de sponsors hacen replantear a los clubes
la idea del profesionalismo, ya que perciben ingresos nuevos en un
deporte que no para de crecer a lo largo y ancho del país.
Entonces, la esencia del
deporte, que se lleva como estandarte en el discurso de la defensa
del amateurismo, continuará existiendo en tanto uno no se guíe por
el dinero. El profesionalismo es sólo un empuje a los clubes para
que la formación de jóvenes rugbiers se de en tierra propia y no se
tengan que trasladar a Europa, Australia o Sudáfrica. El
profesionalismo se debe tomar como un avance, para dejar atrás la
práctica ocasional y transformarse en una potencia mundial
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